- En esta prisión, los 1.500 reclusos pueden convivir con sus familias
- Los reos tienen que costearse el alojamiento y trabajan en el centro
- Hay clases sociales de presos y algunos cuentan incluso con Internet
El visitante siente ganas de preguntar para qué hace falta poner la dirección de correo electrónico en el formulario. ¿Acaso las autoridades de la cárcel piensan mantener con él algún tipo de correspondencia? Como si le adivinara el pensamiento, el oficial de turno adopta un tono severo. "Complete todos los datos y márquelos bien, mire que son dos copias. Una se la lleva usted y la otra queda aquí", indica, mientras registra el bolso que ya había inspeccionado un subalterno. Apoyado en el marco de la puerta que se abre a un patio donde los reos disputan un ruidoso partido de fútbol, Marcos Chiclayo, alias 'Tiburón', observa la escena con una mirada socarrona. "No se enfade con el jefe; más bien téngale lástima", le dice al huésped. "A todos los extranjeros les monta el mismo espectáculo, para que no digan que en el penal de San Pedro cada cual hace lo que se le antoja. ¿Listo para empezar el 'tour'?".
El rumor de que en La Paz existe una cárcel donde los reos organizan visitas guiadas comenzó a circular entre los mochileros hace más de dos años. Se comentaba también que pagando la ridícula suma de 50 bolivianos -menos de seis euros- se podía pernoctar en una celda que nada tenía que envidiar a las de los hostales. Parecía una leyenda pero resultó que era verdad: Thomas Mc Fadden, un norteamericano que fue condenado a cuatro años de prisión por tráfico de drogas, fundó una empresa turística en la que trabajan cinco reclusos y tres agentes que ofrecen el servicio a los extranjeros que circulan por la capital administrativa de Bolivia. Al cumplir su condena vendió los derechos a un presidiario apodado 'El Fantasma' y cuando éste salió en libertad, el negocio quedó en manos de 'Tiburón'. Rusty Young, un amigo de Mc Fadden, escribió un libro sobre el peculiar presidio, donde los 1.500 reclusos pueden convivir con sus familias. El actor Brad Pitt se propone producir una película en base a esa novela.
El recorrido comienza en el 'centro comercial': un pabellón donde los reos tienen instaladas dos tiendas de venta de comestibles, una peluquería, una salón de billar y un pequeño restaurante de comidas caseras. En otras cárceles, los reos trabajan para matar el tiempo; en San Pedro lo hacen para cubrir sus gastos, principalmente el alquiler de las celdas. "Este el único recinto en el mundo donde los presos deben costearse el alojamiento. A mayor ingreso, mejores son las condiciones de la vivienda y viceversa.
"Aquí las diferencias sociales están muy marcadas", explica 'Tiburón'. Una mujer gendarme nos abre el portón que conduce a las celdas de la clase media, donde la mayoría disponen de televisor y baño privado. La de Ramón, el dueño del restaurante, cuenta con aire acondicionado y su ordenador está conectado a la banda ancha. "Tengo alquilado un local en Obrajes (un barrio de La Paz) junto con un socio. La ideas es servir platos exóticos, del Lejano Oriente", comenta el chef, un ex estafador que dentro de dos meses saldrá en libertad. En el peldaño más bajo de la escala social se encuentran los que no tienen un oficio rentable, los ancianos o los yonquis.
A la planta alta, donde hay 16 capos de la droga, acceden abogados y prostitutas de lujo
Un guardaespaldas, sentenciado a cadena perpetua por asesinar al amante de su esposa, nos acompaña a la covacha que comparten Genaro y Vicente, dos traficantes de poca monta que no se levantan de sus jergones si no es para hacer necesidades en un retrete a cielo abierto. En una cocinilla han puesto a hervir un líquido viscoso y maloliente. "El potaje es la heroína de los pobres: se prepara con una mezcla de hongos y pegamentos. A éstos hace tiempo que el bendito potaje les quemó lo sesos. ¿No es así, Genaro?", dice el guía con un gesto de repugnancia. El interpelado, emite un quejido áspero y largo, como un canto lúgubre.
Al sector de la élite, que se encuentra en la planta alta, sólo acceden los abogados, las prostitutas de lujo y los familiares de los 16 privilegiados que manejan el negocio de la droga. Los peces gordos del narcotráfico o del estraperlo disponen de un laboratorio para la preparación de cocaína. La materia prima la obtienen sobornando a los guardias y el producto se vende a los reos o a los turistas que visitan el penal.
'Tiburón' está considerado como un recluso de 'clase media alta': viste ropa de marca, duerme en una cama de dos plazas y sus hijos estudian en un colegio bilingüe. "Le partí la cabeza de un botellazo a un individuo, en una discoteca. El tipo tenía contactos en el gobierno y por eso estoy aquí. Injusticias de la vida", murmura. Su móvil no para de sonar. Dos turistas holandeses le esperan en la sala de guardia. Antes de despedirnos, el guía se pasa el dedo índice por debajo de la nariz, invitándome a esnifar un dedo de cocaína. "Te hago un descuento porque me has caído simpático. "Its up to you" (tú decides), dice, mientras caminamos hacia la salida.
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