PARA TODOS LOS GUSTOS





La historia de la muñeca hinchable está ligada al desarrollo del comercio marítimo. Suena a burrada, pero parece ser que sus antepasados más directos son las ‘Damas de viaje’, unos rústicos muñecos realizados en tela que solían utilizarse para desahogo carnal de los marineros en las rutas transoceánicas. En la década de los años 30 del siglo pasado, empezaron a perfeccionarse en forma y prestaciones por parte de las autoridades militares alemanas y japonesas, que las emplearon en su flota de submarinos para dar compañía a los sufridos tripulantes.

El uso del vinilo y otros elementos emparentados con el plástico permitió que la incipiente industria juguetera sexual de los años 50 empezara a crear y comercializar las primeras muñecas hinchables propiamente dichas. Durante décadas, este tipo de artículo sexual ha satisfecho los impulsos y necesidades de todos los seguidores de un par de parafilias: la pediofilia (no confundir con pedofilia) y el pigmalionismo. Ésta última toma el nombre del personaje mitológico griego Pigmalión, que se enamoró de una estatua de su propia creación. En ambos casos, se trata de una parafilia que consiste en excitarse sexualmente única y exclusivamente con figuras humanas artificiales e inanimadas.

El trasfondo de estas parafilias suele ser bastante perturbador para la mayoría de los mortales. En la película de 1973, dirigida por Luis García Berlanga, ‘Tamaño natural’, se describía la tormentosa relación entre un dentista, interpretado por Michel Piccoli, y su muñeca hinchable. Aquello era ficción. Sin embargo, hay muchas personas que viven a diario con esta disfunción sexual. Una prueba fehaciente de ello la encontramos en Japón, donde la industria de las ‘love dolls’ (las muñecas del amor) fabrica cada año diez mil ejemplares de sumisas y silenciosas muñecas. El fenómeno es tal que incluso hay prostíbulos exclusivamente de muñecas.

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