San Juan de Ulúa y la historia de Chucho "el roto"






Veracruz,Mexico.
La noticia corre como reguero de pólvora por las calles de Veracruz: “En San Juan de Ulúa ha muerto”. Repite incrédula la gente al pensar que su héroe ha pasado a mejor vida. “Fueron las tinajas, -dicen algunos- nadie las puede soportar”. “Seguro murió de pulmonía”. Afirma otro. “A los condenados les cae una gota de agua en la cabeza cada diez minutos”. Dice con escalofrío un anciano. “Era poblano”. Afirma con un lindo mohín de desdén una señorita. Las autoridades para calmar el alboroto declaran que ha muerto debido a una riña con los reclusos. Como siempre, nadie les cree. El poeta veracruzano Rafael de Zayas Enríquez hijo del romanticismo y defensor de las causas perdidas, o sea del acusado, afirma; “era un reo pacífico, por lo tanto, no debieron someterlo a un prisión tan agresiva”. “Era carpintero como Jesús y se llamaba igual”. Susurra santiguándose una jarocha gorda y morena. “Le decían “el roto”, porque era muy elegante para vestir”, dice un dandy porteño mientras huele una magnolia. “Robaba a los ricos y repartía el dinero entre los pobres”. Recuerda un limosnero.

Lo cierto es que Jesús Arriaga mejor conocido como ”Chucho el roto” había terminado sus días en la tierra.

Diez meses antes, en mayo de 1884, lo arrestan en Querétaro después de un robo cuantioso a una joyería. Rómulo Alonso, jefe de la policía queretana, al seguir una corazonada, detiene a un hombre, amigo del dueño del negocio, recién avecindado, que no cuenta con suficientes referencias que avalen su conducta por los conservadores habitantes de la Ciudad.

Esta circunstancia, más el hecho de encontrar las joyas hurtadas, víctimas de un entierro en el suelo de la cocina, inducen al salvaguarda del orden a detener a José Vega, comerciante de café y a su esposa llamada María Bermeo.

La elegancia y distinción del detenido despierta la suspicacia del vigilante. Decide investigar los perfiles de los delincuentes más buscados del México de ese tiempo.

En efecto: Jesús Arriaga conocido con el sobrenombre de “Chucho el roto”, reo fugado de la cárcel de Belén, cuya verdadera actividad era el robo y el crimen, encaja como guante con la personalidad del detenido.

Seductor de mujeres ricas y solas. De fácil palabra y amistad aparentemente sincera se dedica a asaltar joyerías, negocios de empeño y casas acaudaladas. Planea de tal manera sus robos que no deja huella alguna.

Al saber que tiene en sus manos el caso de su vida, el provinciano encargado de la justicia sin dilación avisa a la Ciudad de México. Los agentes llegan a Querétaro para llevarse a "Chucho el Roto" a la prisión de San Juan de Ulúa en Veracruz.

De sus cómplices no se sabe nada. Él no es un delator. “El rorro” anda suelto. No vuelve a ver a María, su mujer. Y los otros implicados se pierden en el anonimato.

Después de su muerte sólo queda la historia, la leyenda y el deseo de los pobres de que alguna vez se repita el hecho de tener alguien que los proteja. Aunque sea ladrón. Pero que se ocupe de ellos.

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