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La mediocridad galopa en los refuerzos que llegan del extranjero al futbol mexicano. Registren, por favor, este dato: el San Luis entregó al América a su estrella, Alfredo Moreno y a cambio trajo al también argentino Diego Marcelo Ceballos, de 28 años, proveniente del Quilmes de la Segunda División de su país. Ese es el momento que vive nuestra liga: se le van las estrellas y llegan en su lugar absolutas y discretas incógnitas.
¿Dónde quedaron los varios millones de dólares (se llegó hablar de tres o cuatro) que pagó el América a los potosinos por el pase de Moreno? Nadie sabe. Queda claro, sin embargo, que ese dinero no ha sido utilizado, por las razones que usted quiera, para ofrecerle a la afición del San Luis un jugador que, con las garantías que se requieren, venga a reforzar a su equipo.
La temporada pasada, recordemos, la Primera División mexicana perdió a dos referentes: César Chelito Delgado y Vicente Sánchez, ambos ahora en el futbol europeo. Ni Cruz Azul ni Toluca, clubes a los que pertenecían estos atacantes, se dieron a la tarea de reponerlos con elementos de calidad y renombre. Y eso que ambos equipos se embolsaron casi 6 millones de dólares. Llegaron en su lugar absolutos desconocidos (Nicolás Vigneri y Pablo Zeballos a los cementeros y Manuel Maciel a los Diablos Rojos), que no sólo no rindieron lo que debían sino que no demostraron ni siquiera tener el potencial como para justificar la espera que los convierta en ídolos.
No quiero caer en reclamos absurdos. Estoy muy consciente de que el futbol mexicano está lejos de ser atractivo para los jugadores de primer nivel. Si en estos momentos alguno de los prominentes propietarios de equipos como el América o los Rayados y los Tigres, enloqueciera y decidiera sacar de sus arcas 101 millones de euros para contratar a Cristiano Ronaldo y ganarle la carrera al Real Madrid, éste les diría que no.
Sin embargo, el problema es que los equipos mexicanos con poder adquisitivo ni siquiera están instalados en un mercado secundario. Navegan, víctimas de promotores oportunistas, en los outlets o en los mercadillos de baratijas o antigüedades. O como en el caso del Cruz Azul (con la casi segura llegada de Marcelo Carrusca del Galatasaray de Turquía) o del América (trayendo a Federico Insúa tras su fracaso en Alemania), recuperando los desechos del futbol europeo. Y conste, esto no impide reconocer que Insúa no resultó una gran contratación hasta la desgraciada lesión que lo apartó de las canchas el torneo pasado.
Optar por los jóvenes de las canteras, como está sucediendo de forma cada vez más consistente, es un gran acierto de nuestro futbol. Lo que no se hace de forma adecuada es la selección de los refuerzos extranjeros. Urge que se limite el cupo de no nacionales. Esto debería propiciar que en lugar de contratar cinco elementos de medio pelo (de dudosa procedencia y de inseguros resultados), se traigan a dos o, cuando mucho tres, de mucho mejor nivel, garantías de promoción y ventas y, en una de esas, porque en este deporte nunca se sabe, de gran espectáculo en la cancha.
Rafael Ocampo.(Milenio)
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