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Se movía y temblaba el aire, poseía esa atracción de los más grandes, que siempre estarán aunque se hayan ido, leyendas que viven más allá de la muerte. El 24 de mayo de este año, en una repleta parrilla de las 500 Millas de Indianápolis, Paul Newman amenazado por el cáncer, ya no caminaba como antes, pero mecánicos, aficionados y pilotos se apartaban a su paso. A sus 83 años aún era capaz de enamorar al mundo con sus ojos de hielo. Fue su última aparición pública en una pista de carreras.
El pasado viernes, el actor estadounidense falleció en su casa de Westport, en Connecticut. Se despidió junto a su mujer, Joanne Woodward, y sus tres hijas, Elinor Teresa, Melissa Steward y Claire Olivia. Llevaban 50 años casados. Newman, hijo de padre judeo-alemán y madre católica de raíces húngaras, que sirvió en la base japonesa de Okinawa durante la Segunda Guerra Mundial, había encontrado la fórmula de la felicidad: "Para qué buscar hamburguesas fuera cuando tienes el mejor filete en casa. Joanne siempre me ha dado apoyo en todas mis decisiones y esfuerzos, eso incluye mis carreras de coches, que ella deplora. Para mí eso es amor".
Las carreras de coches, la verdadera pasión de un hombre apasionado. Newman, actor principal de 59 películas, director de seis, ganador de un Óscar al mejor actor por 'El color del dinero' en 1986 donde enseñó a Tom Cruise la lección olvidada de cómo ser un hombre de verdad, un año antes de lograr el honorífico por su carrera, era sobre todas las cosas piloto de coches. En 1969, Newman, rodó la película 'Winning' en la que plasmaba la vida de Frank Cappua, y durante meses tomó clases de conducción. Ya nadie, ni su amada esposa, pudo bajarle de un coche de carreras.
"Yo creo que el automovilismo deja muchas enseñanzas de vida. Si uno traslada cada detalle de la conducción de un coche a la propia vida sería mucho mejor. Siempre hay que saber hasta dónde se puede acelerar y cuándo hay que poner el pie en el freno. A veces, cuando el coche se descontrola, ya de nada sirve intentar frenar porque ya no tenemos el control. Igual que en cada maniobra hay que pensar en las consecuencias, lo mismo sucede en la vida", explicaba el piloto.
Cuatro años después de aquella película debutó en el circuito de Thompson para seguir sintiendo la emoción de llevar un monoplaza. Pero su gran éxito llegó en 1979, en las 24 Horas de Le Mans. Con un Porsche 935, que pilotó junto a su compatriota Dick Barbour y el alemán Rolf Stommelen, acabó segundo pilotando un coche privado. Un año antes había fundado el equipo Newman Racing para participar en el campeonato CanAm, y en 1983, unió fuerzas con Carl Haas para competir en la CART. Desde ese momento y hasta la actualidad, su escudería consiguió ocho campeonatos de la Champ Car, entre ellos los cuatro consecutivos del ahora piloto de Toro Rosso en la Fórmula 1, Sebastien Bourdais. En 2005, un piloto español, Oriol Serviá, estuvo a sus órdenes en el campeonato estadounidense.
Pero Newman, adorado por ellas, encantador de miradas azules, quería pilotar. "Llevar un coche de carreras es lo más interesante que existe, además de las mujeres...", solía decir. Lo hizo pese a ser daltónico. En 1995 consiguió entrar en el libro Guinness de los récords tras ganar las 24 Horas de Daytona en la categoría GT1 con 70 años. Fue su carrera y su modo de vida. "Siempre fui muy competitivo y eso no se puede plasmar en la actuación, pero se puede ser competitivo en una pista de carreras", dijo entonces.
Su última aportación al cine fue poner la voz a un Hudson Hornet de 1951 en 'Cars'. Antes lo probó en una pista de Carolina del Norte... con 81 años de experiencias. Siempre tuvo sus reglas y trataba a la vida como una amiga fiel. En agosto, en una silla de ruedas y junto su familia, dejó el Well Cornell Medical Centre de Nueva York donde los médicos le habían quitado ya la esperanza de que su cuerpo siguiera en este mundo. La quimioterapia no funcionó contra el mal de sus pulmones. Maldito tabaco. Newman quería morir en su casa. Y así fue.
Junto a su mujer, tenía una cabaña de troncos de cedro en un campamento infantil de verano para niños con enfermedades graves que construyó en Connecticut, una de las obras de los más de 220 millones de dólares destinados a caridad de su empresa de salsas. Allí, en el lago, quería que sus cenizas descansasen para siempre. En su última obra de arte, 'Camino a la perdición', demuestra que sus personajes no siempre hablaban de esta indomable leyenda de Ohio: "Ésta es la vida que elegimos. Y una cosa está clara, ninguno de nosotros veremos el cielo".
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